Si la vida hubiese seguido el
curso previsto, ahora estaríamos a días de ver nuestra Ley de Bioclimatización
aprobada en el Pleno del Parlamento Andaluz y de celebrar una victoria de la
calle, de un movimiento social de familias de la Educación Pública que movió
pieza y puso a todo el mundo a trabajar. Unas personas remaron a favor y otras
en contra, pero todas cogieron un remo. Se vieron obligadas a ello.
Pero no, no ha sido así. Algo
microscópico, el virus COVID-19, nos ha cambiado la agenda a todas y nos ha
confinado en casa. Algo muy pequeño, pero poderoso. Tanto, que está poniendo de
manifiesto la mierda que había debajo de las alfombras y la ineptitud de
quienes las pisan habitualmente. Nos vamos a centrar en el sistema educativo y
en las alfombras de la Consejería de Educación (CEJA), que son las que, como
movimiento de la Educación Pública que somos, centran nuestra atención.
En este tiempo hemos visto con
más claridad que nunca que la Consejería (con Imbroda a la cabeza) vive en un
universo paralelo y que, si el señor consejero no es capaz de gestionar la
educación en situación de normalidad, aún lo es menos en situación tan
extraordinaria como la que estamos atravesando. Su falta de respeto a la
comunidad educativa sigue igual.
Sus instrucciones fueron tan
ambiguas que dejó a las direcciones de los centros la patata caliente de
decidir si el personal docente iba o no iba a los centros. De pronto, le
pareció bien la autonomía de los centros. A renglón seguido dejó de miles de
niños y niñas sin docentes, al dar de baja sorpresivamente, tras horas de
trabajo, al personal interino que había sido llamado a cubrir las bajas (bajas
que ha dejado sin cubrir). En una mañana los dio de alta y de baja. El alumnado,
ya si eso…
La CEJA se ha empeñado en hacernos
ver que el curso continúa como iba, pero en casa. En casa el personal docente
trabajando (eso sí) y en casa el alumnado haciendo tareas (eso también, el que
puede). Pero, ¿y el proceso de enseñanza-aprendizaje? Ese se ha interrumpido.
Lo vea la CEJA o no lo quiera ver. Pero en cierto modo se ha parado, en seco, a
pesar de los esfuerzos de los y las docentes.
¿Por qué? Porque en tiempos de confinamiento ese proceso no
puede darse con precariedad de medios tecnológicos, ni se puede improvisar de
viernes a lunes. Ahora hemos visto (insistimos, algunas lo sabíamos) que un
centro TIC es más que una placa de metacrilato en la fachada de un colegio o
instituto, más que una pizarra digital que sustituye a ratos la tiza. En
realidad, las herramientas digitales no se han venido usando habitualmente
(porque las infradotadas aulas TIC no lo permiten), no todo el profesorado las
ha incorporado y, por supuesto, tampoco las familias estamos al tanto de ellas.
Pero se ha parado también por una
triste cara de la realidad social y, por tanto, también educativa: no todas las
casas de Andalucía tienen un ordenador disponible para cada hijo/a (alumno/a
del sistema educativo), ni quizás tenga conexión a internet, ni impresora, ni
una persona adulta que “haga las veces” (porque sustituirlo, nunca) de
maestro/a. La brecha de clase se le olvida al señor Imbroda y revela su absoluto
desconocimiento de lo que gestiona.
Hay docentes que no pueden
conectar telemáticamente con su alumnado y enviarle un archivo adjunto o un
vídeo, con suerte pueden hacerlo telefónicamente y dictar actividades. Igual
que hay familias que no están ahora para revisar tareas escolares porque el
problema en sus casas es el ERTE, el familiar enfermo o, en el peor de los casos,
una economía sumergida (no elegida) que ahora no les da derecho ni a pedir
desempleo. Llenar el frigorífico y ver cómo van a salir adelante sin ingresos
es ahora su preocupación principal.
La CEJA y sus adláteres, esos que
tienen en mente las aulas de la concertada a la que llevan a sus hijos e hijas,
se olvidan de que no todo es “modelo MEDAC”, que la Educación Pública que
tenemos es el resultado de la dejadez acumulada de políticas que han permitido
que la desigualdad siga existiendo en las aulas andaluzas. Ni siquiera cuando
aprovecharon fondos europeos para dar a cada niño o niña de 5º de Primaria un
ordenador, se gestionó bien esa entrega, su uso y su mantenimiento. ¿Qué queda
de aquella inversión? Nada.
Así y todo, por encima de las
instrucciones penosas de la CEJA, el personal docente se está dejando la piel y
sus recursos propios (sus móviles, su conexión a internet, sus datos, su tiempo
extra…) en mantener la actividad con su alumnado, contra viento y marea, como
está acostumbrado a hacer, por encima de la precariedad de medios materiales e
intentando que, pese a todo, no se quede nadie atrás, adaptándose a los mimbres
de cada familia. Vaya desde aquí nuestro agradecimiento. No está de vacaciones como parece haber sugerido otro
lumbreras, el señor Marín (vicepresidente del gobierno andaluz).
Afortunadamente, el número 2 del
gobierno andaluz ha rectificado sus declaraciones a la Cadena SER que dejaban
caer que se podría alargar el curso escolar. Otra genial idea producto de su
supina ignorancia de la situación de las infraestructuras educativas andaluzas.
Si ya en abril o mayo, las temperaturas de las aulas son insufribles, ¿alcanzan
a imaginar qué puede marcar el termómetro en una clase en el mes de julio? Es
lo que tiene gestionar desde despachos climatizados y pisando alfombras. Esas
en donde siguen ocultando mierda, la que ya estaba de anteriores gestores y la
que están añadiendo los nuevos.
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